martes, 5 de junio de 2012

Cuando queríamos ser Johnny Deep…





"Para mí, lo más importante acerca de la vida en este planeta es saber quién diablos eres y ser real al respecto. Esa es la razón por la que todavía estoy vivo"
 (Keith Richards)





Se retiró a los Estudios de Grabación en aquella pequeña isla del Caribe. Un pequeño lujo sólo al alcance de los más grandes. Se lo había ganado a pulso. Años y años pateándose los antros más infectos conviviendo con el público menos agradecido que se puede llegar a encontrar, dieron paso a una época mejor que progresiva y sorpresivamente (para el gran público, no para quienes la conocemos) la llevó al estrellato.

Ahí se vino todo abajo.  

Lo tenía todo a su disposición. El mundo a sus pies. La crítica la ensalzaba y el público masivamente la adoraba. Reventó. No pudo soportarlo. Desapareció del mapa. Pero no podía vivir sin componer. Lo llevaba en la sangre. Era una droga que sabía que tarde o temprano la mataría, pero que no podía (ni quería) evitar tomarla.

Tras una misteriosa desaparición de casi dos años en la que no se supo nada de ella (Muerta por las drogas, arruinada por su adicción al juego, víctima de unos desamores interesados o mil millones de diferentes y escabrosas versiones se dijo entonces) apareció en una foto de un paparazzi que andaba de vacaciones por aquella pequeña y poco transitada isla caribeña.

Era ella, sin duda alguna. Aparecía en la foto en una playa semidesierta, sola y enfrascada en la lectura de un libro.

Tras analizar detenidamente la foto y aplicarle varios zooms con las técnicas más modernas, se filtra al mundo que el libro que lee es “Sobre lo espiritual en el arte” de Kandinsky.

La elección de ese libro, su postura en la butaca, la orientación de su cuerpo hacia el mar y el sol, la soledad de su figura, el color de su bikini… Todo fue analizado hasta la saciedad para crear teorías sobre su ausencia en los últimos tiempos, y su presencia y reaparición (no planeada) en las noticias del mundo entero y en los foros de admiradores de todas partes.

Incluso se filtró una canción. Alguien robó un máster del estudio de grabación en aquella pequeña isla del Caribe y la vendió a la prensa. Vivió mucho tiempo aterrada con la posibilidad de ver algún video o foto suya comprometida por ahí. Eran muchas las personas en las que había confiado en su vida, y alguna de ellas (más de las debidas) tenía pruebas en foto o video de sus tórridos encuentros. Pero aquello le dolió mucho más. Se filtró una de sus últimas creaciones.


"Quiero ser Johnny Deep
Quiero verte sonreír
Sentir que me deseas
Amarte como creas
Y dejarte morir..."


Ahí empecé a hilar toda la historia. Sería muy complicado explicar cuán importante era para mí que en aquella canción saliera el nombre de Johnny Deep. Resultaría largo y tedioso contarles porqué aquello tenía todo el sentido del mundo. Sólo les explicaré que en nuestros últimos encuentros, durante mucho tiempo, nos referíamos a los buenos tiempos, a nuestros tiempos,  diciendo aquello de “cuando queríamos ser Johnny Deep”.

“Cuando queríamos ser Johnny Deep” yo estaba convencida de que ella triunfaría tarde o temprano y que se olvidaría de mi. Ella estaba encantada pensando que estaba destinada a triunfar tarde o temprano y que sería yo la que la olvidaría a ella, o me apartaría sin más. Ni el éxito ni nada por el estilo nos separó, fuimos nosotras mismas las que olvidamos el tiempo aquel “cuando queríamos ser Johnny Deep”.

Lo comprendí todo, creo, mejor que nadie. Evidentemente seguí el asunto con un angustioso y morboso interés digno de cualquier maruja que compra revistas del corazón pero dice que tampoco le interesa demasiado.
Lo último que se supo de ella fue un extraño reportaje en aquella revista musical que tanto le gustaba. Fue el único medio que tuvo acceso consentido a ella, porque ella así lo quiso. Y el entrevistador, con ínfulas de grandeza y aspiraciones de Pulitzer hizo un trabajo muy alejado de lo que, seguramente, ella hubiera querido:








Revista “Musical Star”. Edición Norteamericana, número 721, Marzo del 2012, página 12 (Extracto):

- Entrevistador: Dicen que tu carrera es como una montaña rusa y que eres multidisciplinar y muy inquieta. ¿Qué podemos esperar de ti en el futuro más lejano? ¿Qué quieres ser de mayor?

El silencio se hace en aquella cafetería del hall del Hotel donde realizamos la entrevista. Nuestra misteriosa, y hasta ahora, desaparecida amiga resopla resignada. Parece que va a salir con uno de sus temibles exabruptos que tanto nos dan que hablar a los periodistas, pero sube la mirada, con una humildad impropia de una estrella de su magnitud, con cierto dolor incluso y me dice, muy tiernamente:

- Ella: ¿Me guardas un secreto? Lo único que me pido a mí misma, porque a la vida no le puedo pedir nada que yo no pueda darme, es nunca llegar a ser esa señora de unos sesenta años a quien la vida parece haberle pasado por encima y que me dé cuenta de ello. Sólo pido eso, nada más. Lo demás tendrá sentido si yo lo siento bien.




Dijo su agente tiempo después de que todo acabara, seguramente esperando alguna oferta por la biografía que estaba escribiendo, queriendo demostrar que sabía más que nadie sobre ella, que el día que salió publicado aquello se enfadó con la revista, con el entrevistador y, sobre todo, consigo misma. Una vez más había confundido una confidencia, un coqueteo, una amabilidad, con algo que no era…

Contaba que cuando conoció a Keith Richards, uno de los puntos más álgidos de su carrera, escuchó de su boca que nunca se fiara absolutamente de nadie, y menos si le mostraban admiración o la adulaban desmesuradamente. Le explicó que ser Keith Richards es mucho más de lo que la gente le demuestra a Keith Richards y mucho menos de lo que quieren hacer creer a Keith Richards. 

Yo nunca creí la historia de que conoció a Keith Richards. Pienso que fue la única mentira que me contó en su vida. Pero siempre me encantó la manera en la que imitaba a Keith Richards diciéndole “no te fíes nunca de nadie, ni siquiera de mí… Sobre todo de mí”, aunque supiera que era una invención más.

Una creación como tantas otras. 

Maravillosa.




A partir de ahí, la historia se definirá y concretará en el homenaje que le dan este mes en el Madison Square Garden. Se rumorea que Johnny Deep será el maestro de ceremonias. 

Sé que nunca se conocieron. Pero yo, que sorprendentemente estoy invitada, también sé qué significaban aquellas manos entrelazadas “cuando queríamos ser Johnny Deep”…

Cuando todo esto pase, será el momento de hacer balance, de volver a escuchar sus canciones, de rebuscar en su obra honrando su memoria. De agradecer a quien corresponda, la suerte de haberla conocido y haber estado cerca en sus mejores tiempos.

Hoy sólo me queda el consuelo de lo que fuimos. 

Y me disculparán ahora. Les prometo que algún día contaré toda la verdad de aquellos días “cuando queríamos ser Johnny Deep”…


B.S.O.: Wild Horses (por Keith Richards y amigos)



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