Ayer soñé plantar un libro. Me dejé llevar por la idea de tener un árbol que me visite en el asilo cuando sea viejo y poder contarle a todo el que quiera escucharme que escribí un hijo.
No sería un buen hijo, pero lo escribiría yo. Y tendría un libro que años después daría sombra a todo aquel que quisiera acercarse a él, animando a muchos a plantar más.
El mundo sería mejor si todos plantáramos algún que otro libro.
El árbol me llenaría de satisfacción hasta que la gente empezara a valorarlo y pensar que no merecía tanto la pena.
Me moriría pero habría cumplido con todo lo previsto.
Aunque el hijo me hubiera salido tonto, el libro no creciera y el árbol fuera una cosa ilegible.
Más tarde dejé de soñar y fantaseé con planes más cercanos y accesibles, como meterle a la luna el dedo en el ojo...
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