martes, 29 de noviembre de 2011

Territorio Felino (Esbozo de zarzuela gatuna en tres actos):



ACTO PRIMERO: “El gato delgado”

Mi mujer está preocupada por la delgadez del gato. No entiende cómo se le notan tanto las costillas. Mi mujer sólo tiene ojos para nuestro gato. Mejor dicho: para su gato.

A mí los gatos siempre me han parecido unos animales para no fiarse de ellos. No sé si me gustan o no los animales, pero los gatos me transmiten mucha desconfianza. Siempre tan esquivos, tan suyos, con esas uñas y esa mirada que te penetra, sobre todo por la noche.

No me fío de sus ojos, ni de su mirada.

Creo que él tampoco se fía de mí. 

Pasa el tiempo y cada vez está más delgado. Mi mujer está muy preocupada. Quiere mucho a su gato, aunque tenga esos ojos de los que no te puedes fiar. Como todos los gatos... 


ACTO SEGUNDO: “La mirada felina”

Sus ojos eran felinos. Eran los de una gata. Enamoraba a todo el que quería allí por donde fuera por esa mirada tan penetrante y misteriosa. Por esos ojos de gata.

No quería mirarla fijamente. Sus ojos me daban miedo. Bajaba la mirada cuando sentía clavarse sus felinos ojos en mí. No podía soportarlo. No me fiaba de ella. 

Sus eléctricos ojos azules… ¿O eran verdes? 

No sé, no me atrevía a mirarlos tan fijamente como para saberlo.

Pero cuando intuía que no me sentía a gusto, que desconfiaba, que me intranquilizaba… Me ronroneaba como sólo saben hacer las gatas como ella. Se arrimaba a mi cuerpo, ronroneaba, volteaba mi confianza y me producía un tremendo bienestar. Acabé dependiendo de sus ronroneos de igual manera que aterrado por sus ojos. Por sus eléctricos ojos azules ¿O eran verdes?





Le costaba dormirse a mi lado por las noches, pero mucho más, despertarse por las mañanas. No quería dormir de noche y ronroneaba por las mañanas haciéndose un ovillo acoplado a mi cuerpo.

Mi madre decía que nunca te puede fiar de la gente con ojos de gata. Ella era una gata con los ojos más felinos que hubiera visto nunca.

Lo pasábamos bien. Sobre todo por las noches. Cuando abandonaba los tejados del barrio y se acostaba a mi lado sin ganas de dormir. No le gustaban las mañanas, pero ronroneábamos apurando amanecer al nuevo día.

De cuando en cuando desparecía por el vecindario. Muchos la veían. Sus ojos iluminaban allí por donde pasaba. Pero siempre volvía a mi lado.  Una noche, antes o después volvía a mirarme, yo apartaba la mirada, ronroneaba y acabábamos en la cama deseando no amanecer al nuevo día.





Eran bellas nuestras noches. Cuando sus ojos más me miraban. Aunque creo recordar que en algunos momentos los vi cerrados. Eran los instantes en los que yo dejaba de tener miedo, me fiaba de ella y dejaba de ser la gata que paseaba por los tejados del barrio y que de cuando en cuando volvía a mi cama para dejarse llevar por la belleza de nuestras noches. Y las pocas ganas de despertarnos a ningún amanecer.

Llegó un tiempo en el que nuestras noches se espaciaban cada vez más. Sus paseos por los tejados cada vez eran más largos. Su búsqueda de leche y galletas en otros cada vez fue más frecuente. Empezó a cerrar cada vez menos los ojos. Me empezó a mirar cada vez con los ojos más claros, con su mirada más felina…

Recordé a mi madre y sus enseñanzas.

Y dejó de venir...



ACTO TERCERO (Y final): El alimento de los campeones. La comunión de los cuerpos. Tu recuerdo me sabe a comida de gato.


Dicen que 7 vidas tiene un gato. Tu recuerdo tiene 7 veces 7 como dicen en la Biblia. Yo tengo una pero seguiré esperando. Echo de menos que me mires. Echo de menos sentir esos ojos de gata penetrando mis entrañas con su luz verde azulada. ¿O era azul verdosa?
Mato el tiempo buscándote por los tejados. Sé que no aparecerás a menos que tú quieras, pero me gusta pensar que quizás en una de estas vidas (tuyas) te encuentre. No tengo previsto vivir mucho y estoy convencido que tus ojos me quitaban más vida aun cuando me mirabas fijamente, pero uno no puede olvidarse nunca de su gata.
Paso las horas engullendo comida de gatos a escondidas. 

A veces me pongo melancólico y canto felinamente
"Sometimes I feel so happy 
sometimes I feel so sad 
sometimes I feel so happy 
but mostly you just make me mad 
Baby, you just make me mad
Linger on your pale blue eyes"

Mi cuerpo, del que siempre te reías desde la dignidad de tu mirada de gata, está mejorando mucho. No llegará nunca estar lo suficientemente felino como para poder salir a buscarte por los tejados, pero cada día tengo mejor planta.

Mi dieta se compone básicamente de comida para gatos engullida con nocturnidad y alevosía cuando mi mujer no me ve. Cada vez compramos más comida para gatos y cada vez su gato está más delgado. Es raro que todavía no haya empezado a sospechar. Es raro todo lo que me pasa desde que dejaste de venir por mis tejados.

Es raro todo.

Paso las horas engullendo comida de gatos a escondidas...



Posdata aclaratoria (Inútil como de costumbre, innecesaria como siempre): 
El animal de la foto que acompaña este relato no es un gato. Ni una gata. Es un lémur. Me gustan los lémures. No me gustan los gatos. Ni las gatas, más allá de las diferentes catwomans de Batman. No me gustan las rubias, pero ahora no viene al caso.

Los lémures me parecen unos bichos muy curiosos. Algún día tendré que escribir algo sobre ellos para poder poner la foto de algún gato. 
O de alguna gata. 
O de alguna rubia. 

Aunque no me gusten…



miércoles, 23 de noviembre de 2011

Fotos que me hubiera gustado hacer a mí (Volumen 6): Todos tenemos un precio (Y yo un poco más)



“Putos no faltan, lo que faltan son financistas”
(9 Reinas, Fabián Bielinsky)

(Foto: Albert Watson, 1993)



Tantas veces me traicioné a mí misma que no puedo asegurar sin margen de error quién soy realmente. 
Tengo claro quién creo que soy. 
Tengo claro quién quiero que piensen los demás que soy. 
Tengo claro quién seré cuando escriba mi autobiografía. 

Pero en mi fuero interno tengo claro que no sé quién soy sin atenerme a las circunstancias.

Soy inquebrantable. 
Soy insobornable. 

Pero probablemente, porque nadie ha llegado nunca con la oferta adecuada.

Todos somos así, pero yo he tardado en darme cuenta.

Me creía una gran artista, pero era una vendida más. Como todas las demás. He tardado en darme cuenta.


Quise hacerte una foto. 
Quise decirte que era fotógrafa. 
Quise ser una artista para que me dejaras ver tu cuerpo.

Pero mi cámara no tenía carrete.

Hoy eres famosa y no puedo sacar dinero de aquello. Tampoco puedo sacar status social porque nadie me cree cuando digo que estabas enamorada de mí y que pasé por tu cama cuando no eras nadie. Tampoco puedo acercarme a ti porque me odias desde que supiste que aquel fallido reportaje fotográfico era simplemente una sucia treta para aprovecharme de ti y hacer que cayeras rendida en mis brazos.

Quisiera que hubieras sido mi Norma Jeane, pero nunca he tenido esos carretes. Dejaste de mirarme a la cara con dulzura e indulgencia antes incluso de convertirte en Marilyn. 

He llegado a pensar que quise hacerte aquellas fotos por un interés puramente sexual, pero leyendo lo de los 19.000 euros por la foto de Kate Moss he recordado que hay cosas que ni todo el dinero del mundo puede pagar. Las heridas que causó en mí cada disparo no realizado de la cámara sobre tu cuerpo las sufro ahora cuando recuerdo que las flechas de mi seducción que hubieran representado no llegaron a clavarse completamente. Si hubiera tenido entonces aquellos 19.000 euros hubiera elaborado flechas de mejor calidad que hubieran ido directas al objetivo. A tu líbido a tus deseos más primarios. A esos deseos que te hubieran hecho ser mi esclava mental para siempre. Aunque ni tú fueras una nueva Norma Jeane aspirante a Marilyn ni yo una fotógrafa con ínfulas de artista conceptual. Aunque no tuviera carrete.

He llegado a pensar que te quise hacer aquellas fotos por un interés puramente sexual, pero mirando la foto de esa Kate Moss temprana que se acaba de vender por 19.000 euros he recordado que hubiera dado muchos de aquellos momentos por tener una de las noches que vivieron una temporada otra Kate Moss madura y exitosa con Pete Doherty entre glamour, aduladores y cocaína.

He llegado a pensar en los 19.000 euros y he visto a una Kate Moss por hacer y he recordado que nunca me han gustado las chicas como ella. Ni hechas ni por hacer. Me la tiraría, por supuesto, pero no es mi tipo. A fin de cuentas, tú tampoco lo eras cuando te conocí y pasé de seducirte por aburrimiento a no poder dejar de pensar en ti. Ni siquiera me gustaban las tías cuando apareciste y ahora ya eres casi Marilyn.

Mi gran Marilyn perdida.

Y me miras con indiferencia.

Y no dejas que me acerque a ti.

Nunca me gustaron las rubias. Nunca me gustó hacer fotos por dinero. Nunca tuve carrete en aquella cámara. Pero por 19.000 euros podría sacar la cámara del baúl, comprar varios carretes y volver a aquel desván del tiempo en el que fantaseábamos la una con la otra.

Pero sólo por 19.000 euros: Tengo un precio.

Soy una tía muy orgullosa, y todo esto nunca lo reconoceré en público. 

A no ser que me dieras 19.000 euros por hacerlo…





Posdata aclaratoria (Inútil como de costumbre, innecesaria como siempre): 
Dada la insultante juventud de muchas y muchos de los inconscientes que pierden su tiempo por cabezadeavestruz, nos vemos en la obligación de aclarar que el carrete era un rollo de película que había dentro de las cámaras de fotos (Que antes no eran digitales) y que servía para que una vez gastado (Hechas las fotos pertinentes, comúnmente 24 ó 36 aunque siempre cabía alguna más) fueras a revelarlo para llevarte un disgusto comprobando que todo lo que creías haber captado con tu cámara no estaba en esos papeles de colores que te daban. 

Visto con distancia, esto que los y las más jóvenes veis como un atraso impresionante y una cosa antidiluviana que no llegáis a explicaros cómo podíamos vivir con ello, tenía varias ventajas con respecto a los tiempos actuales, de las que nos permitiremos destacar las, para nosotros, tres más destacadas:
No había nadie que hiciera 300 o 400 fotos de cualquier acto social, cuando algún turista te decía que si le podías hacer una foto te podías permitir el lujo y el placer de hacerla cortando la cabeza o enfocando otra cosa disimuladamente y, siempre que recogías un carrete revelado de la tienda, cabía la posibilidad de que te dieran otro que tuviera instantáneas de una vida más interesante que tu excursión familiar al pueblo de tus abuelos.
Y si esa vida más interesante consistía en unas fotos comprometedoras, el desnudo de una vecina del barrio o las pruebas de alguna afición oculta y vergonzosa y caían en tus manos, podrías sacarte unos dinerillos sobornando a sus legítimos propietarios. Podías pedir por devolverlas, por ejemplo, unos 19.000 euros…

Aunque en aquellos tiempos, sería en pesetas… 

Pero eso, amiguitas y amiguitos, ya es otra historia…



miércoles, 16 de noviembre de 2011

El Iter Sopena (Diccionario Ilustrado de la Lengua Española)



Últimamente no te encuentro y no hago más que buscar razones. 
De un tiempo a esta parte has decidido que no sepa quién eres y no tengo manera de poder arreglarlo. 
No me quedan tretas, no encuentro subterfugios. 
Sólo me queda apoyarme en el recuerdo que tengo de ti. 

Y en el resto de recuerdos que aún guardo en una cabeza invadida por imágenes tuyas.

Vuelvo a la infancia y recuerdo el Iter Sopena:
Iba a clase y tenía amigos. A ti no te conocía, por lo que, oficialmente, no existías. Era un niño, iba a clase y tenía amigos.

Teníamos juguetes. Teníamos de todo para ser felices. Ni siquiera te conocíamos. Notábamos cómo creíamos crecer y hacernos más listos cada día. Y teníamos aliados: La mejor arma para hacernos más listos y, a la vez, nuestro gran juguete oculto. Era el “nuevo” Iter-Sopena (Diccionario Ilustrado de la Lengua Española). 



Lo teníamos todos. Por obligación. Pero sólo algunos lo utilizábamos bien.

Era como un juguete para tontitos que apuntábamos a inteligentes, o inteligentes que llegaríamos a ser tontitos. Nos dedicábamos a buscar tacos y palabras raras para reírnos. Palabras seudoprohibidas, vocablos de los mayores. Cosas que no podíamos decir sin ser reprendidos o mirados mal.

Para reírnos…

Éramos niños y era lo que tocaba.

Pero el Iter Sopena, tan bonito, con sus banderitas en la portada y la contraportada, con sus gráficos y dibujos interiores, o nos dejaba fríos o nos dejaba confusos:
No aparecía “puta”, ni “follar”, ni siquiera “gilipollas”, que nos parecía menos graciosa y menos grave de decir… Ni “picha” ni “pene”.

“Pito” no significaba lo que estábamos buscando. De “Polla” nos decía que era Gallina joven, muy lejos de lo que esperábamos encontrar. “Teta” nos dejaba fríos y a ninguno le producía el menor picor, rubor o sonrisa lo encontrado, al igual que aquello de Que chochea como definición de “Chocho”. Pero la segunda definición, Lelo de puro cariño, era aún peor…
“Cabrón” no estaba y “cabrito” era la Cría de la cabra.
Y la definición de “vagina” nos dejaba aún más fríos…

Todo eso pasaba en mi infancia y en el colegio. Recuerdo que tú no existías aún. Al menos, por aquel entonces no te echaba de menos como lo hago ahora.

No te encuentro.
No estás.
Puede que te haya perdido en el camino.

Vuelvo a la infancia a ver si te encuentro allí. Con todas las consecuencias, recordando quién era. Y retorno al lugar donde buscaba todas las respuestas a lo que no podía ir preguntando por ahí: El Iter Sopena.

Busco tu nombre y no está. 
Pruebo tus apellidos y tampoco.
Busco “Amor”: m. Inclinación o afecto a persona o cosa

PERO ESO NO ES

Busco “Querer” y encuentro algo: tr. Desear algo. 2. Amar. 3. Tener cariño.
Por “cariño” igual encuentro más: Amor, benevolencia. 2. Expresión de afecto.

¿"Amar"? A lo mejor así sí…: Tener AMOR. 2. Estimar.

¿Tener AMOR? ¿Volvemos al principio?

Nos lleva a lo mismo: No es lo que buscaba en ti. Estar dando vueltas en torno a un concepto para llegar al punto de partida sin sacar nada por el camino. En el Monopoly, al menos cobraba 200.000 cada vez que pasaba por la casilla de salida.

La vida (O el Iter Sopena) me sigue mintiendo… 
Mucho me temo que seguirá haciéndolo mucho tiempo más… 
Ni siquiera el Iter Sopena tiene la respuesta para mí.

La vida es un diccionario Iter Sopena donde, aparentemente están todas las respuestas, pero sólo si las buscas te das cuenta que no aparecen o que no te convence.

La vida y el Iter Sopena me siguen mintiendo...




miércoles, 9 de noviembre de 2011

Valga la redundancia: El amanecer y el calor de tu cuerpo, mis defectos y tus virtudes (O viceversa)



“…Para que siempre podamos
conocidos encontrarnos
alargarnos la sonrisa,
sacudirnos la distancia
y poder burlar al tiempo...”

(SPNB, Iván Ferreiro)


Ayer intenté hacer una foto del amanecer desde la terraza de tu casa.

Silenciosamente, me incorporé de la cama, y me cubrí con una sábana antes de salir al fresco de los amaneceres del otoño. No quiero constiparme cambiando el calor de tu cuerpo por la temperatura del exterior. Cogí la cámara y enfoqué al horizonte. Sonó un click y mi cuerpo sufrió un escalofrío. Noviembre ha venido rabioso a que olvidemos el calor definitivamente. Oí un ligero gemido en la habitación. Te habías movido notando mi ausencia a tu lado. Habíamos perdido el calor común por mi intención de querer buscar una foto del amanecer desde la terraza de tu casa.
 
-¿Qué haces? Vuelve a la cama. Y cierra, que hace frío…
-Voy. Arrópate
-Umm…
 
Y la miro desde mis ojos. 
La miro más que nunca. La miro comprendiendo una vez más lo que es la saudade, que sólo la entiendo cuando tengo tanta belleza delante de mí.
Recuerdo que me leyeron de un libro de Lucía Etxebarría algo así como que enumero sus fallos para no idealizarla y acabo por pensar que iluminan sus virtudes...
Hoy se me ve oscurecido por mis fallos que iluminan las virtudes de otra persona que te hace sonreír.
 
Me gustan los atardeceres en otoño, y las sonrisas sinceras. Y me gustan más si están dedicados a mí exclusivamente. Con un atardecer siempre puedes tener la duda de que haya alguien que te esté quitando un pedazo de luz en ese momento, pero con una sonrisa sincera no dudas a no ser que seas un memo.
 
No me gusta ser un memo ni los amaneceres. Pero ayer intenté hacer una foto del amanecer desde la terraza de tu casa y me sentí un memo por despertarte con el sonido del obturador de la cámara.
 
-Vuelve a la cama y cierra de una vez, que hace frío
-Voy
-¿Por qué te has puesto los calzoncillos? ¿Crees que voy a dejarte dormir? 
 
 

 
 
No llevaba los calzoncillos puestos. Hay veces que pequeños detalles te sacan de grandes momentos. Abandoné el amanecer, cerré el balcón y volví a la cama. Sin calzoncillos, evidentemente. Y a pesar de ello, nos dormimos.
 
Nos dormimos abrazados sin acordarme de que quería fotografiar un amanecer. Nos escondimos en nuestro día particular entre sábanas y nos dimos el uno al otro. Como si se nos fuera a acabar la vida. Como si mis defectos no molestaran a tus virtudes. Como si tus virtudes no recelaran de mis defectos. Nos dormimos, nos soñamos y nos besamos como si tú no fueras tú y yo no fuera yo, como si los dos no supiéramos quiénes éramos cada uno.
 
Nos besamos como si tuviéramos que escondernos del amanecer que no conseguí fotografiar ayer y, sin darnos cuenta, pasó el tiempo.
 
Y llegó el atardecer. Y nos encontró abrazados, escondidos bajo las sábanas. Y se ruborizó, porque son preciosos nuestros besos. Pero era el atardecer y había llegado.
 
Como en la frase aquella, miramos al atardecer para no idealizarnos y acabamos descubriendo que el amanecer perdido había dejado de iluminar nuestras virtudes. Y se nos apagaron los besos.
 
Llegarían los días y se irían las noches. Vendrían otros besos y serían luminosos. Aunque fueran oscuros porque nadie pueda verlos. A pesar de ser preciosos.
 
Siempre me han gustado más los atardeceres. Pero me encanta amanecer a tu lado. Aunque no estemos dormidos.