martes, 12 de abril de 2011

Atrapar un instante

La conocí de casualidad. Su película preferida era Atrapado en el tiempo, lo cual parece un dato sin importancia a primera vista, pero es la clave de la historia.
Si recuerdas la película, el personaje de Bill Murray se ve atrapado en un día de su vida, El Día de La Marmota, y se ve condenado a repetirlo una y otra vez. Después de un tiempo de frustración y de maldecir su suerte, con el desarrollo de la historia, lo va convirtiendo en una ventaja y aprende a disfrutar de ello.

Ella no quería vivir en El Día de la Marmota. Ella tenía la capacidad de atrapar los instantes. Tantas veces trató de enseñarme a hacerlo que con el tiempo, creo que empecé a conseguirlo de alguna manera.

No sé si lo hacía bien o mal, pero lo intentaba. Es una obsesión humana. Si estás viviendo algo fascinante, porqué no quedarse a vivir en ese momento. Si hay un momento que colma todo, la luz te atrapa, el calor te derrite, el placer te subyuga, el bienestar te arropa… ¿Por qué salir de él? ¿Por qué bajar a la Tierra? ¿Por qué buscar otro?
 
El mayor drama que encontraba en la vida es el saber que nada era eterno. Ella tenía la respuesta. Para ella, no existía la eternidad, pero sabía alargar los momentos todo lo que quería. Sabía atrapar el instante. Sabía quedarse en él hasta que encontraba otro mejor. Sin moverse, sin buscar demasiado. Atrapaba el instante.

No la veías. 
No estaba. 
No te reconocía. 
No la importabas. 
A no ser que fueras parte de SU momento. Y cuando te atrapaba en su momento, sabías que nada volvería a ser lo mismo nunca jamás.

Y no era fácil. 

Yo, lo reconozco, amante y esposa con vocación religiosa, no estoy educada para alcanzar tal grado de perfección. No estamos entrenadas en sensaciones intensas. No estamos preparadas para dejarnos atrapar por momentos demasiado intensos, o al menos, no para estar en ellos más tiempo que el instante en sí.

Miré atrás y me busqué en los bolsillos, pero no encontré más que despojos intensos. Momentos que no merecían ser atrapados pero que llevo guardados como si de una documentación más se tratara: El instante en el que me caí del triciclo cuando tenía tres años delante de la humanidad entera, el día en el que te vi con otro y le miré a los ojos, el segundo estribillo de Brown Eyed Girl rayado en un vinilo de mi hermano mayor por mis ansias de escucharlo una y otra vez, el despertar del coma terriblemente consciente, por primera vez, de que no sería esa gran gimnasta que soñaba ser antes del accidente…

Y pensé que debía tirarlos. 
Y los tiré. Una y otra vez. 
Y volvían a mí. Una y otra vez.

Ella siempre decía que los instantes hay que atraparlos, pero que también hay otros que te atrapan sin que tú lo quieras, incluso contra tu voluntad.
No había terminado aún de decir “voluntad” y la besé con toda mi alma.

-Atrapa este instante.
-No lo quiero, tengo muchos…

Me fui con la cabeza gacha esperando que mi mirada al suelo me diera más instantes o más momentos que atrapar… Pero me quedé con el último. Ella no lo quería pero yo me lo iba a quedar. Por fin había aprendido. Y ella también se lo quedaría. Aunque intentara tirarlo. Incluso contra su voluntad. De eso estaba segura…



Postdata Innecesaria (Como casi todas):
Hay quien piensa que esto debería haberlo posteado el 2 de Febrero que es cuando se celebra El Día de la Marmota. Pero esto, no va del Día de la Marmota, ni de la película. Ni siquiera de Andy McDowell… Va de instantes...


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