sábado, 12 de febrero de 2011

El Baúl de las Miserias Perdidas (Capítulo 4): Por fin salgo en todos los periódicos.

Después de largo tiempo, vuelvo a rescatar del Baúl donde están escondidas todas esas cosas poco enseñables que escondí hace tiempo, un relato que no tengo muy claro para qué escribí, ni a quién iba destinado. Pese a ello, puedo asegurar que cualquier parecido con la realidad, es totalmente intencionado.

A su madre le saltó una pequeña lágrima a la mejilla. Su hijo salía en todos los diarios. Y no sólo en los gratuitos, en los de mayor tirada a nivel nacional su hijo ocupaba cuanto menos un titular en la portada.Sabía que no era para tanto, pero no iba a necesitar nunca más exagerar y maquillar las habilidades de su hijo delante de sus conocidas en los desayunos del primer miércoles de cada mes. No entendía demasiado bien porqué asistía mes tras mes a aquellas reuniones con lo que se venían a llamar amigas, si tan deprimida y mentirosa se volvía a casa. Si tan decepcionada y engañada abandonaba las reuniones. Si realmente no le gustaba desayunar fuera de casa. Si ni siquiera aguantaba las actitudes y las caras de la mitad del grupo que allí se reunía. Era mi madre. Mi madre sólo (aunque este sólo haya que ponerlo entre paréntesis) era una más, y yo, su hijo, el que por fin salía en todos los periódicos.
 
Tenía que aguantar, mes tras mes, las aventuras de Angelito en pos de una posición social cada vez más envidiable en boca de su ancha y orgullosa mamá. Angelito había cambiado de trabajo cuanto menos siete veces en los últimos dos años. Según su mamá, Nines, las empresas más respetadas de la ciudad se lo disputaban y le ofrecían mejores condiciones y sueldos cada mes y él, claro, no tenía más remedio que ir cambiando porque las ofertas eran irrechazables. Además, se iba a casar en breve con una chica, mucho más joven que él en los próximos meses. La boda parecía un poco precipitada porque se conocían hace relativamente poco, pero según Nines su hijo era un romántico, todavía creía en el amor verdadero y cuando te das cuenta de que a tu puerta llama tu media naranja, la mujer que está predestinada a pasar el resto de tu vida contigo, no puedes ponerle trabas ni fechas a tu amor. Además, aquella chica debía de ser de buena familia porque tenían un floreciente negocio familiar que sería suyo en cuanto los padres decidieran retirarse.  
Angelito realmente era un desgraciado. Pero esto sólo lo sabía yo, que lo conozco desde chico. En aquel círculo de desayunos de los miércoles era un triunfador, para mi mamá y el resto de envidiosas mamás, no tenía mancha ni mácula con la que consolarse de la hiperbólica narración de Nines mes tras mes. Angelito nunca fue demasiado inteligente. Es de los pocos amigos que se quedó en el camino en el salto de octavo al instituto. Claro, según Nines, el se quedó un año más en el colegio porque quería reforzar su base para llegar a la Formación Profesional con más fondo y con menos posibilidades de fracaso. Eso es lo que le había dicho el orientador del colegio porque su hijo estaba predestinado para realizar, como mucho y con gran esfuerzo, un cursillo de técnico superior de automoción ya que, según parece, tenía unas capacidades innatas especiales para ello. Realmente, Angelito en octavo aún no sabía leer con la fluidez necesaria para aprobar el curso y le buscaron un proyecto de vida acorde a sus posibilidades pues si se hubiera empeñado en estudiar bachillerato no hubiera pasado del primer trimestre. En aquellos tiempos, las únicas que no tenían claro que los buenos o normales íbamos a BUP y los mediocres o torpes a FP eran las madres respectivas. Quizás si lo tenían claro, pero cada una se montaba su película acorde a su realidad familiar. Angelito terminó años después electricidad y se puso a currar en el un taller de un conocido pero tan torpe era que ni la confianza que le unía al jefe le facilitó conservar el trabajo. Meses después se puso a vender enciclopedias por las casas, luego seguros, accesorios para el coche y acabó trabajando en la papelería del barrio haciendo fotocopias. Ahí le cambió un poco la vida y un conocido de la familia le enchufó en una inmobiliaria y se pasó año y medio sentado tras una mesa tratando de convencer a gentes de que su vida pasaba por invertir en el ladrillo y subiendo escaleras hasta un octavo sin ascensor del extrarradio que no había manera de vender a nadie. Su baja, por no decir nula, productividad le llevó de nuevo a la calle y de ahí a otras tres inmobiliarias. Angelito había descubierto su verdadera vocación: Trabajar en el siempre floreciente campo de la venta de pisos buscando constantemente la inmobiliaria que le garantizara el mejor sueldo sin depender de comisiones ya que sus ventas eran escasísimas o nulas. Pero el ladrillo siempre guarda una nueva oportunidad tras otra a los que se engañan a sí mismos y creen que la vida empieza a ir en serio y es digna cuando te pasas el día encorbatado y enfundado en un utilitario traje de Zara que no difiere demasiado a mis ojos que otros que cuestan quince veces más. A pesar de trabajar en el ramo, tan mal vendedor era que no era capaz de engañarse a sí mismo y seguía viviendo con mamá, gastando los escasos réditos de su mal pagada actividad en la discoteca más cutre de la ciudad, unos de los pocos sitios donde le dejaban entrar a ciertas horas de la noche, repleta de gente de diversa calaña, pero tendiendo siempre a perfil sociocultural y económico bajo. Y como es lógico, en palabras de Nines, el más destacado agente inmobiliario de la ciudad, era una apetitosa presa en aquel antro de vicio y corrupción, y entre canciones de Georgie Dann, Camela y los éxitos del verano anterior, no hacía otra cosa que ligar con unas y con otras, sin ni siquiera tiempo para quitárselas de encima. Tan preclara mente le llevó a liarse un par de veces con la que parece que va a ser su mujer. Y no es que triunfara el amor y que Angelito sea demasiado romántico, sino que la premura del enlace se debe a un embarazo que en unos meses va a ser demasiado evidente para el honor de Nines y su imagen social por lo que Angelito tiene que apechugar y casarse deprisa y corriendo con aquella chica de la que todos (menos Nines y Angelito) pensamos y estamos bastante convencidos que está embarazada de cualquier otro que haya pasado por su cama en los meses previos a conocer a Angelito. El negocio floreciente de la familia, por más que se empeñe Nines, no es más que una licencia municipal de un puesto de plantas y flores en el mercadillo de los Domingos, y claro, esta muchacha no es mucho más inteligente que Angelito y ha creído ver en él, el mejor futuro para ella y su hijo.

Pepi es la más desgraciada de todas las del grupo de los desayunos. Cuando habla de sus hijos tiene un punto enternecedor, entrañable, porque vislumbras tras sus grandes ojos todo lo que ha sufrido para sacar adelante su familia y un pequeño ramalazo de esperanza en un futuro mejor, pues piensa que es bastante difícil que vaya a peor. Las cuencas de sus ojos son una impresionante amalgama de arrugas y ojeras como si le hubieran marcado a fuego todos los avatares de sus hijos. Pepi no ha llega a aceptar aún que su hijo mayor sea gay. Es más, sigue sin creerlo por más que todos los indicios, incluida la confesión de su propio hijo así se lo indiquen. Su educación le hace rechazar cualquier atisbo de ser diferente. Para ella, evidentemente, la homosexualidad es pecado. Es más, la palabra homosexual no figura en su vocabulario habitual: Para referirse a ese concepto siempre ha utilizado términos como mariquita e incluso, maricón. Para Pepi su hijo mayor tiene un problema –aunque tampoco emplee nunca esa palabra en los desayunos de los miércoles- al que ha dado por denominar ser excesivamente sensible. Su hijo trabaja, desde que abandonó el nido familiar, en una peluquería de la capital. Al menos esa es la versión oficial. Cada vez que he sabido de él ha sido por amigos que han ido a verle (o a verla) a alguna actuación de pequeños locales de ambiente. Pepi estaría contenta con saber de su hijo de vez en cuando y que no volviera a casa de visita para que no lo vieran sus amigas y no tener que aguantar los terribles y malintencionados comentarios de sus amigas sobre sus nuevos atuendos. Pepi tiene la desgracia de haber vivido siempre en un grupo de amigas que son como ella: Clasistas, envidiosas y orgullosas hasta el límite de lo poco que tienen. Su deporte oficial es vender el primer miércoles de cada mes que la vida de sus hijos es mejor que la del resto, aunque sepan que es mentira, aunque disimuladamente se odien entre ellas. Se odian pero se necesitan. Mi hijo no es guapo si los de mis amigas no son feos. Mi hijo no triunfa si los de mis amigas no fracasan o por lo menos van dando tumbos. El hijo menor de Pepi está en una granja de desintoxicación para drogadictos. Al menos esa es la última noticia que se tiene de él en círculos ajenos a las reuniones de mi madre y sus amigas. Todos los que le hemos conocido sabemos que no tiene solución y que su vida ha tocado fondo. Ni puede, ni quiere desintoxicarse, para él, la vida no tiene demasiado sentido sin sentir el caballo trotando libre por sus venas. Los que lo conocimos limpio nos apenamos pensando que su vida podría haber sido otra cosa si no se hubieran cruzado en su camino ciertas personas. Pepi nunca admitirá en público que a su hijo menor lo echaron de casa. Quizás no pueda ponerme en nunca en el papel de una madre que siente que o echa a su hijo de casa y lo manda a una clínica o algún sitio con la sospecha (e incluso la esperanza) de no volver a verlo o su vida y la de su familia será un infierno insoportable hasta el día que se muera. Pepi, en los escasos momentos de debilidad que se permiten en los desayunos de los primeros miércoles de cada mes dice que su hijo está de viaje trabajando en el extranjero, y que lo inteligente y buena persona que era se truncó debido a que le engañaron muchos amigos, impidiéndole ser ese médico o abogado importante que el destino y sus capacidades le habrían reservado para él.

Aurora es la más falsa de todas. Tampoco es que sea especialmente mentirosa, pero es la única que es terriblemente consciente de lo que le rodea y tan feo y desagradable le resulta, que lo ha cambiado social y personalmente. Tanto lo ha cambiado, que hasta ella se lo cree y se ha acostumbrado a vivir cómodamente instalada en una penosa mentira de vida. El destino le jugó una mala pasada. Apuntaba alto: Estaba casada con un importante empresario local que controlaba buena parte del negocio hostelero del barrio. La carretera le privó de una plácida vida familiar con su hijita de siete años y su intachable y acaudalado maridito, sustituyéndolo todo por una buena pensión y una cada vez más perdida y deprimida hijita. Su hija Aurori no ha vuelto a levantar la cabeza desde que su padre murió. Tiempo después de quedarse huérfana de padre se dedicó a cumplir el sueño de toda la pandilla e ir haciendo que uno a uno fuéramos perdiendo la virginidad a temprana edad. Muchos pensamos que para ella era una competición y que en su diario apuntaba a todos los chicos que había despertado al mundo del sexo. Cuando acabó con nosotros, empezó a ser una chica fácil y accesible para media ciudad, siempre, eso sí, con predilección por los novatos o por los que ella podía pensar que eran novatos en las lides del sexo y a los que el acné les delataba la posesión de Onán. Afortunadamente, un día se cansó de todo aquello y se pasó al extremo opuesto, intentando establecer relaciones serias y formales no basadas en el sexo con todo aquel que se acercaba a ella. Así estuvimos más de dos años y la verdad es que era duro pasear con la chica que te había despertado al sexo años antes sin que se dejara besar más de la cuenta. Por aquellos días su madre había reconstruido su vida con un señor intachable, supernumerario del Opus, que rompiendo sus convicciones de conciencia, había decidido casarse en segundas nupcias con una viuda con hija como era Aurora. A todos los amigos, su apariencia y su manera de hablar nos daba miedo, y a mí en particular, pavor. El no tragaba que yo estuviera saliendo con su “hija postiza” y desde luego no me hacía fácil la relación. Todo era más o menos normal para Aurora hasta que un desgraciado día decidió darle una sorpresa a su nuevo marido y volver antes de tiempo de su clase de gimnasia de mantenimiento con un par de billetes a París para el próximo puente. Lo que se encontró en su alcoba no es grato para nadie y por eso la compadezco: Su hijita (ya con diecisiete años, por más que ella pensara que seguía siendo una niñita) arrodillada entre las rodillas de su marido practicándole una felación para la que no daba la impresión de estar demasiado forzada. Aurora volvió a negar la realidad y a construirse una paralela que le doliera menos: Cargó toda la responsabilidad de aquel incidente en su hija, la echó de casa y la dio por muerta a partir de ese instante. Puso un punto y seguido en su relación con el despreciable opusino e instantes después de la partida de su hija, todo estaba olvidado sin cargarle a él la menor responsabilidad de lo acontecido. Sólo los íntimos de Aurori conocemos la dimensión real de lo que era su vida desde que aquel depravado espécimen de raza humana, apostólica y romana se instaló en su casa. Evidentemente, traté de ayudar en todo lo que pude a Aurori en aquellos días, aunque eso me costara una gran presión en contra en mi casa. En un par de semanas desapareció de mi vida y de la de todos para siempre. Nunca más hemos vuelto a saber de ella. Es injusto, pero seguramente así haya sido mejor para todos.

Paqui es la triunfadora. Así lo siente y así lo hace sentir a todos los que la rodean: Su marido es policía nacional, afincado sin ningún problema en las dependencias de la comisaría de nuestra tranquila barriada. Todo el mundo le conoce y respeta en el barrio. A pesar de ser policía es una persona afable y correcta con todo el mundo, bastante campechana, amigable y cercana a todos. Ella se pasó media vida matando el tiempo siendo delegada en la ciudad de la más importante marca de ollas a presión e utensilios de cocina, organizando veladas demostrativas en casas de mujeres aburridas en pos de aumentar sus ventas. No es que vendiera mucho, pero ser la encargada de organizar aquellas reuniones le daba cierta imagen y caché social. En honor a la verdad, no tengo demasiado claro que trabajara para la más, ni siquiera que fuera muy, importante marca de ollas express porque en mi archivo mental no aparecen demasiadas marcas de ollas express, por no decir que no aparece ninguna. Bueno sí, aparece la suya, porque evidentemente, la mayoría de utensilios culinarios de mi casa son de esa marca gracias a la dificultad que tiene mi madre para decir que no. Paqui ahora ya no organiza reuniones de venta. Ha dejado su trabajo de calle en dos delegadas más jóvenes y ella simplemente se dedica a coordinar sus ventas quedándose un importante tanto por ciento y rendir cuentas con el supervisor general de zona de la importantísima marca de ollas express y utensilios de cocina. Ya no tiene demasiado tiempo: Sus hijos han montado una cadena de venta de gazpacho a domicilio y les va bastante bien. Mi madre y yo pensamos que más que ayudar, lo que hace es controlar. Al fin y al cabo, ella es la que avaló el crédito que necesitaron sus hijos para montar la “Gazpachera Amiga Sociedad Limitada”. Pensamos incluso que los primeros gazpachos, antes de adquirir las máquinas que producen litros y litros a la hora, los hacía ella a mano con una maravillosa batidora que casualmente es de otra marca diferente a la que representaba. Hay que reconocerlo: Los dos hermanos “ayudados” por su madre han pegado un buen pelotazo. El negocio les va de fábula. Ya tienen dos tiendas de gazpacho para llevar y una flota de motoristas que empezó a estar formada por ellos dos y su padre, para contar ahora con trece personas contando primos, novias y amigos de la familia. Actualmente están haciendo estudios de mercado para aumentar su oferta ofreciendo salmorejo. Simplemente han de llegar a un acuerdo beneficioso con la panadería que les sirve la base de su maravilloso gazpacho para aumentar la colaboración con la recogida del pan duro de sus establecimientos a otros pueblos de la provincia. Sin embargo, por mucho que se empeñe Paqui, creo que sus hijos no son felices. El pequeño ha cambiado seis veces de novia en los últimos tres años. No porque no le gustaran sino por la mediación de su madre. Las últimas tres lo han abandonado desde que tienen el negocio hartas de aguantar a una futura suegra que les está recordando constantemente y con cualquier excusa, que están con su hijo por interés y que lo único que les une es el dinero de su hijo. Claro, su hijo es un bendito al que todas las chicas quieren acercarse por su dinero... El mayor vive una situación completamente opuesta. Se casa en unos meses con una chica estupenda, de buena y acaudalada familia, incluso aristocrática se podría llegar a decir, que mantiene erguida su cabeza a pesar que sobre ella hay más cuernos que en un documental de ciervos de la 2. Francis ha tenido que lidiar con una chica que le aporta estabilidad y representa todo a lo que cualquier hombre tradicional aspira: Elegante, simpática y comedida a la vez, con un concepto del matrimonio anclado en un pasado que dice que la mujer ha de hacer lo que el hombre quiera y ser su fiel y leal compañera para lo que él quiera. Estar en casa y criar los vástagos de la pareja, no replicarle nunca en público, adecuarse a sus gustos… Todo lo que cualquier buen hombre de ayer en día puede desear. Pero Francis no es así: Francis es un golfo redomado, un vividor, con  ganas de vivir la vida de fiesta en fiesta en cada instante, para el que no existe mujer fea, sino copa de menos. Incluso una vez me confesó que no tenía el menor interés en montar el negocio. Que lo que él soñaba era ser funcionario, sin preocupaciones, con un sueldo fijo para toda la vida, mes de vacaciones y fines de semana libres, ir al fútbol con los colegas después de tomarse las cañas, salir los sábados por la noche y ahorrar lo poquito que pudiera para cambiar de coche cada dos o tres años. Ahora está muy bien. Gana mucho dinero y se está despegando de la tienda lo más que Paqui permite. El mercado del gazpacho parece ser un mundo inexplorado que le puede llevar a la riqueza y con una buena previsión e inversiones adecuadas, a la tranquilidad económica para el resto de su vida, y eso sin contar los réditos que le puede proporcionar el salmorejo a partir de ahora.

Y mientras tanto YO, por fin salgo en los periódicos. Siempre soñé con la celebridad, con hacerme un hombre famoso, que mi madre pudiera guardar los recortes de prensa en los que fuera saliendo y pudiera ir a los desayunos con sus amigas con la cabeza bien alta, sintiendo las miradas de envidia con placer, hinchada como un pavo real.

Creo que muchas de las decisiones importantes que he tomado en la vida han sido condicionadas en mayor o menor medida por la reacción que pudieran causarle a mi madre. No es extraño. Cualquier buen hijo actúa así aunque sea inconscientemente.  Cuando dejé de prepararme las oposiciones después de año y medio de arduo estudio para aceptar un trabajo en una revista regional de poesía underground lo único que me hizo dudar de mi decisión fue el pensar qué tal le sentaría a mamá. En los desayunos de las mamás que un vástago estuviera preparándose unas oposiciones, sin que diera mayores noticias, no dejaba de ser una buena prórroga en un partido intrascendente. No había porqué preocuparse por él, aunque tarde o temprano llegarían los penaltis, y todas, salvo la mamá de uno que estaría conforme con una eterna prórroga, estarían esperando su resolución. Uno llega a la conclusión de que si no das demasiados quebraderos de cabeza, vives bajo un cierto orden sin alterar mucho la vida diaria de la familia, todas las madres estarían encantadas de que sus hijos fueran eternos opositores. Calmarían así su sed de control por sus hijos, los tendrían en casa y poseerían siempre la sensación de que los niños están haciendo algo útil en busca de su futuro, aunque pasen los treinta o los cuarenta años. Como era de esperar, una vez probada la experiencia de la revista de poesía, mi vida dio un giro radical: Lejos de encauzar mi destino hacia metas concretas, empecé a dar tumbos por varios trabajos, alejándome cada vez más de un futuro célebre y acercándome peligrosamente a una vida convencional que contentara a mamá de una vez por todas. Cuando uno de los objetivos fundamentales de uno es ser una celebridad y la naturaleza no le ha dotado de ninguna habilidad excepcional no existen muchas posibilidades de conseguir nada. Si hubiera nacido mujer podría contemplar la posibilidad de implantarme unos pechos descomunales y perseguir a algún famoso para meterme en su cama, contarlo después y empezar a vivir del cuento como personaje libidinoso e interesado en programas de televisión. Pero creo que hasta para eso me faltarían habilidades sociales y tendría chupar muchas pollas para llegar, incluso literalmente hablando. Con el tiempo mamá estaba cada vez más tranquila: Su adorado hijito se había asentado en un trabajo convencional, tras un ordenador, llevaba un par de años y estaba a punto de tener un contrato indefinido. Mi visión del asunto era bastante diferente: Cada vez estaba más intranquilo, me había acomodado en un trabajo anodino e insulso, tras un ordenador, llevaba un par de años renovando contrato gracias a la amistad que me unía con el responsable de personal, y cada vez se me hacían más largas las noches en las que no podía dormir pensando y repensando cómo había podido llegar hasta allí. Por otra parte me aterraba profundamente no renovar el contrato. Al menos ese nuevo contrato me proporcionaría un año más de prozáica estabilidad. Ocurrió lo inevitable. La relación de amistad que se puede llegar a tener con un superior desaparece cuando las directrices de la empresa indican que tú no vales mucho para ella. Y de la noche a la mañana me quedé sin trabajo, engañado, estafado y sin una buena explicación, cinco minutos antes de la conclusión del contrato. Mi amigo ni siquiera dio la cara: Hoy sólo se escriben cartas para temas como éstos. Me sentí aturdido. La posibilidad de volver a empezar sin saber muy bien por dónde, ni por qué hacerlo se presentaba ante mí como la pared principal del Everest cuando no has empezado a escalarlo. Entonces lo vi todo claro: Finalmente estaba ante la gran ocasión. Por fin podría ser célebre, saldría en los diarios, en la tele hablarían de mí. Me puse el traje de las bodas  y llené una pequeña bolsa de viaje con todo lo necesario. No había tiempo que perder. Estuve tentado de marcarme un plan de acción, de planificar todo adecuadamente no fuera a fallar, pero enseguida asumí mi condición de improvisador nato. Nunca había planificado demasiado las cosas en toda mi vida, si lo hacía ahora quizás resultara todo un desastre. Me quedaba sin tiempo y salí corriendo al parque como había pensado. Era la hora señalada. Como había pensado poco antes, justo en ese momento, la mujer de mi amigo paseaba tranquilamente con su hijo por allí. Tenía que darme mucha prisa y no cometer ningún fallo. Me acerqué sigilosamente por la espalda y le rebané el cuello con un cuchillo sin pensarlo demasiado. La sangre brotó a borbotones al tiempo que los transeúntes que paseaban por el parque gritaban y corrían despavoridos al contemplar la escena. Cogí al niño del carrito y salí raudo y veloz de allí. Llegué a unas callejuelas adyacentes que me proporcionarían la tranquilidad y anonimato necesario para seguir con el inexistente plan. Llamé a mi antiguo amigo por el móvil y sin que pudiera reaccionar le espeté voz en grito:  
-    Gracias por todo, cabrón. Acabo de matar a tu mujer y tu hijo no para de llorar… 
Me aparté el móvil de la boca y lo puse cerca del niño para que recogiera bien su llanto. Un segundo después lancé al niño por los aires con todas mis fuerzas mientras con la otra mano, el móvil seguía su recorrido hasta estamparse en el suelo. Paró el llanto y un pequeño reguero de sangre empezó a salir bajo su diminuto y ahora inmóvil cuerpo. Colgué. No quise pensarlo mucho, pero en esos segundos en los que volaba por los aires estuve muy tentado de tirar el móvil y salvar al niño de su choque contra el suelo. Afortunadamente no lo hice. Se acababa el tiempo. No sabía cómo, pero tenía claro que sobre todo me tenía que dar muchísima prisa, sin correr para no despertar sospechas en los que se cruzaran conmigo. Me metí en una cafetería oscura del centro de la ciudad. Allí estaría tranquilo algún tiempo mientras pensaba en cómo continuar mi búsqueda de la celebridad. En aquel lugar parecía detenerse el mundo. Sólo había una pareja tomando café con las manos entrelazadas y un camarero aburrido leyendo el Marca. Le pedí un whisky con hielo y cuando me lo puso sentí que me estaba convirtiendo peligrosamente en un peliculero. ¿Desde cuándo me ha apetecido tomar whisky solo a las seis de la tarde? Por un momento la situación me sobrepasó y me puse nervioso. Sonaba una bossa nova en plan chill out, instrumental, que fue un marco sonoro incomparable para el crujido del cristal contra el suelo. No tiré el vaso, creo que se me cayó, pero el camarero me reprendió como si lo hubiera hecho a propósito. Si supiera por la situación de tensión que estaba pasando. Callé y cuando pasó por mi lado con el cepillo para recoger los cristales del suelo se encontró con una puñalada trapera que le hizo caer al suelo desplomado. El ruido sobresaltó a los, hasta ese momento ausentes, enamorados cafeteros de la mesa del fondo. Antes de que reaccionaran adecuadamente yo ya había salido del bar. Lo pensé mejor y di marcha atrás. El chico estaba junto al cadáver del camarero alteradísimo y su novia lloraba nerviosamente en una esquina. Les amenacé con el cuchillo y les hice ir a los servicios. Les ordené que se encerraran cada uno en uno de ellos echando el pestillo por dentro. Si oía cualquier cosa les mataría, si se portaban bien no habría ningún problema. Cogí las llaves del delantal del camarero y cerré el bar. Apagué la música y me asusté. En los servicios no se oía nada: Eran obedientes, o más bien estaban paralizados por el temor. No os preocupéis, no os va a pasar nada si os portáis bien, me habéis caído simpáticos, en un rato acabará todo. Tan simpáticos, que lo único que se pasó por mi ya enferma mente en aquellos momentos, fue entrar en el servicio de mujeres a desahogarme un poco con aquella chica. 
 
Ahí acabó mi aventura. Lo último que recuerdo es cortarle las tirantas del sujetador con el cuchillo. Desperté después en la cama del calabozo con la nuca y la espalda doloridas. Al día siguiente salía en todos los diarios y abría todos los informativos en la televisión. Lo había conseguido, pero justo en ese momento me di cuenta de todo: Mamá nunca sería feliz. Nunca podría volver a inventarse historias sobre su hijo. En ese caso, nunca podría volver a las reuniones de primer miércoles de mes con sus amigas. Nunca podría salir a la calle. Nunca volverá a ver el sol con tranquilidad. Ni se atreverá a comprar nunca un periódico. 
 
A pesar de que yo, su hijo, por fin salgo en todos los periódicos.


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