martes, 30 de noviembre de 2010

Otra noche sin dormir (Volumen 7): La Señorita que vivía en un relato de misterio.

"Soy un paranoico al revés. Siempre sospecho que la gente está planeando algo para hacerme feliz."
(J.D. Salinger)

Llevaba un tiempo perdida. No sabía qué era pero sentía que había perdido la inspiración, la capacidad de imaginar cosas que antes salían solas. Las musas me han abandonado –llegué a pensar sin tener el menor respeto por mi autoestima- y se han ido con otra.
No había otra, de eso estaba segura, pero lo cierto es que no era capaz de plasmar todo lo que quería con la facilidad de tiempo atrás. Intentaba recordar con precisión cuándo había empezado a sentir aquello, pero son cosas que no tienen un momento concreto, o al menos eso pensaba entonces.
 
Sospeché de todos. No me fiaba de nadie. Paseaba por las calles en busca de la inspiración perdida y lo único que hacía era mirar con desprecio a todo lo que me rodeaba. En aquella casa, en ese bolso, en ese coche, en esa nariz, en ese envoltorio arrugado… Podía estar lo que me había quitado lo que yo más quería.

Si había problemas, debían de estar cerca. No tenía sentido que me perdiera buscando por ahí lejos, lo que no encontraba en mi contexto. Si debajo de todo aquello había un problema concreto, debía estar cerca de mí, cuando no, ser responsabilidad mía. Volví a hacerme daño, como de costumbre, y no me gustaba. Pero debía escarbar en la herida si quería salir de aquello. 
 
Tenía que buscar cerca de mí.
 
Empecé a molestar a mi entorno. Perdí los estribos haciendo responsable de lo que me pasaba a todo lo que tenía cerca, lo cual era peor que hacerlo con lo que tenía lejos, porque me dolía mucho más. A fin de cuentas me estaba maltratando a mí misma a costa de lo que me rodeaba.
 
Pasé de lo animado a lo inmaterial, y de lo inmaterial a lo concreto. Cuando alguien busca algo con desesperación, lo mejor es conservar la calma y remitirse a lo más obvio y lo más cercano y palpable.
En un ejercicio de practicidad poco común en mí, me dediqué a simplificar el problema y busqué donde solía trabajar con mi inspiración. 
 

 
 
Abrí el cajón de las drogas y estaba lleno, como de costumbre.
Abrí el cajón del porno y estaba repleto, como de costumbre.
Abrí el cajón del dinero y estaba vacío, como mandan los cánones.
Abrí el cajón de otras prioridades y estaba hecho una gelatina infame, como de costumbre.
Abrí el cajón de las Cosas No Importantes, y vi algo: Entre miles de personajes revueltos, entre millones de escenas evocadas, entre cientos de recuerdos aprovechables… Estaba ELLA.
 
Tan perdida como la dejé, pero sumida en el peor de los olvidos: El que te otorga tu creadora cuando ya no le eres útil. La Señorita que vivía encerrada en un relato de misterio había sido abandonada sin ningún miramiento. Cuán despreciable me hubiera parecido aquello si no supiera que YO era la única responsable.
 
Hacía tiempo que me había comprometido a crearla, pero enfrascada en una subida de importancia de las drogas, el porno, el dinero y los recurrentes chupetones esporádicos a la gelatina informe del cajón de prioridades, decidí dejarla allí hasta mejor ocasión.
 
Hay veces en los que no se deben dejar las cosas en cajones poco frecuentados. Y ésa, sin duda, era una de ellas. La Señorita que vivía encerrada en un relato de misterio estaba confusa y perdida, esperando que dejara de hacerla vivir aventuras fantasiosas que nada tenían que ver con ella, por mi mero placer de darle una forma más o menos aceptable. Ella no había llegado al cajón para ser una más, estaba destinada a vivir encerrada en un relato de misterio, no en un pastiche abandonado y recuperado de cuando en cuando. Ni siquiera en una vorágine de drogas, porno y dinero. Ni siquiera en un relato de prioridades…
 
Descubrí que mis carencias eran mayores de lo que nunca había estado dispuesta a pensar y que aquella Señorita que vivía encerrada en un relato de misterio lo estaba pagando sin tener culpa.
 
Decidí pegarle una hostia con la mano abierta a mi autoestima, una patada en los huevos a mi ego, y un golpe bajo a todo mi ser, pero no sabía cómo se hacía. Tanto tiempo abriendo y cerrando cajones inadecuados me habían colocado en un pedestal inaccesible al que ni yo misma podía llegar.
 
La Señorita que vivía encerrada en un relato de misterio, pese a todo, me miraba con misericordia. No quería hacer daño, no estaba allí para eso, aunque tendría todo el derecho a hacerlo.
 
La miré a los ojos como nunca antes había mirado a nadie. Sonreí y la dejé escapar.
 
Salió volando por una ventana cerrada debido al frío invernal, seguramente camino a la Inglaterra de la Época Victoriana, donde siempre supuse que se encontraría en su ambiente más adecuado.
 
La dejé escapar aún a riesgo de no volverla a ver más y me resigné a ver pasar el tiempo. No se llega a la Inglaterra de la Época Victoriana como quien baja al garaje a por más leña porque tiene frío.
 
Estaba segura de que la echaría de menos. Tendría que aprender a vivir como si nunca hubiera existido. Como si nunca la hubiera conocido.
 
Pasado el tiempo me sentí liberada.
 
Volví a componer canciones de amor una noche de Noviembre tal como hoy. A fin de cuentas, no sabía hacer otra cosa.
 
 
Aunque la Señorita que vivía encerrada en un relato de misterio nunca llegara a comprenderlas.
Aunque nadie llegara a comprenderlas.
Aunque no tuviera ni idea de lo que era aquello del amor a lo que cantaba.
 
A fin de cuentas, no sabía hacer otra cosa…


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