martes, 13 de julio de 2010

Otra noche sin Dormir (Volumen 2): Colores

Otra noche sin dormir, y hacía bastante tiempo que no pasaba. Por más que lo intento no consigo tomármelo en el sentido oriental del asunto. Los japoneses, o los chinos… O no sé muy bien quienes y en qué idioma exactamente, utilizan la misma palabra para decir crisis y oportunidad. Para mi deberían inventar otro vocablo que viniese a significar algo así como ni crisis ni oportunidad. Ni siquiera soy tan importante para que me pasen esas cosas, para que otra noche sin dormir me suponga un estado de crisis o represente una buena oportunidad para algo.
Quizás no debiera darle tantas vueltas a la crisis – oportunidad. Realmente creo que lo escuché en un capítulo de los Simpsons y yo el único problema que tengo es que estoy pasando otra noche en blanco.

¿Por qué es una noche en blanco? Si estoy a oscuras y hago fuerzas por mantener los ojos cerrados con el objeto de sumirme en la más profunda de las tinieblas, ¿Por qué en blanco? Quizás quien puso colores a las situaciones fuera un ciego y no tuviera muy claro cómo era cada color, aunque fuera muy buen buscador de símiles o de alegorías.

Nunca me he quedado en blanco en un examen, por mucho que eso sea lo peor que según las alegorías cromáticas pueda sucederle a alguien. Sí, muchas veces he hecho exámenes de pena, y en muchos no he contestado nada (Otra vez el blanco, dejarlo en blanco… Pero aquí parece que va bien a no ser que siga extendiéndose el uso del papel reciclado de tono pardusco) pero los mayores problemas que se me han presentado cercanos a lo que se llama quedarse en blanco para mí eran más quedarse en tutti-frutti, en arcoiris, en algo multicolor… 



Cuando una prueba académica me iba rematadamente mal y no sabía que responder, pasaban por mi mente millones de estímulos en forma de pensamientos, muy alejado todo de quedarse en blanco. Blanco sucio tal vez. Era capaz de analizar las mil y una razones por las que no sabía que contestar a las preguntas que demandaba el examen, a analizar si en el aula había alguien más en mi misma situación y quién era la persona más alejada de una realidad como la mía, analizaba como sería la vida de quien nos examinaba o vigilaba, con cuántas de la clase me lo haría y porqué, con cuántas me lo haría bajando un poco más el listón (¿Aún más?), quién era el más gilipollas, quién estaba copiando, qué iba a hacer esa tarde, qué podría haber hecho para haber evitado llegar hasta esa situación de ignorancia, pará que serviría esa prueba… Por supuesto me convencía una y mil veces de que eso no se iba a volver a repetir y machaconamente me torturaban pensamientos en contraataque convenciéndome de lo contrario y cuestionándome cómo me quería engañar a mí mismo… ¡Cómo si no me conociera!...

Ir de punta en blanco es sinónimo de elegancia, de coherencia estética... Cuando no hay nada más incoherente, al menos para un caballero, que vestirse de inmaculado blanco, a no ser que se esté en Ibiza en verano o que se sea metrosexual y se tenga una apariencia física potable. La mayor muestra de elegancia a la que aspira un hombre de clase media de provincias es la que puede exhibir en una boda de algún amigo… Si se le ocurriera ir con un traje blanco, seguramente el comentario que no se oiría en ningún caso sería el de ir de punta en blanco, sino cualquier otro muchísimo más dañino y ofensivo hacía su concepto de la estética y del buen gusto. Mi concepto de la estética y del buen gusto me indica que el blanco no es precisamente un color elegante para casi nada, exceptuando las paredes y el Ducados, y las dos cosas no suelen ir unidas, pues otra de las desventajas del blanco es que pasa rápidamente a tender a hueso, beige, amarillo… Sobre todo si sometes a la encalada pared al terrorífico humo del blanquecino Ducados.

Vayamos al otro extremo. Por qué a alguien se le ocurrió también que el blanco y el negro son extremos y contrarios… Tener el corazón negro es ser despreciable, es ser ruin… En definitiva, es ser muy malo. No hay datos históricos que lo corroboren, pero apostaría a que Hitler, Ivan el Terrible, Pol Pot, Torquemada o Franco tenían el corazón rojo, como todos… Y a la izquierda, me atrevería a apostar también, aunque esta apuesta tendría un ligero hándicap pues resulta que existen personas con los órganos colocados al lado contrario del normal, situs inversus, que tiene una frecuencia de 1 cada 10000 nacimientos. No obstante, Adolfito y compañía eran bastante especiales en sí mismos, y lo mismo representaban ese nacimiento de cada diez mil. En cualquier caso, es indiferente con respecto al color cardiaco, y si no lo es, mis conocimientos médicos me impiden valorarlo en demasía.

Negros tengo yo los pulmones, de fumar, o eso me han dicho. O eso me quieren hacer creer. Y no creo que sea malo, al menos de momento, porque con la ola de puritanismo que nos invade, puede llegar el día en el que los fumadores, por aquello de tender a oscurecer nuestros pulmones, seamos considerados despreciables ciudadanos de segunda.

No puedo dormir… 

Todo está a oscuras, en tinieblas, pero nadie me diría que estoy teniendo un día negro. Solamente porque es de noche. A pesar de que a la noche se le represente con el negro. Tener un día negro es lo peor que le puede pasar a uno. Eso es lo que me enseñaron desde pequeñito y es así para casi todo el mundo. Nadie pensaría cuando se habla de día negro en un día laborable porque así se represente en el calendario, si no que se lo pregunten a los parados por obligación. De acuerdo que tener que trabajar es duro y terrible, pero de ahí a que el concepto de día negro venga por la labor… Simplemente debemos mirar a los hosteleros que trabajan en fin de semana, ¿Deberían tener un calendario con colores distintos?

¿Tienen más días negros los países del Norte por aquello de la climatología? Se les llaman días grises. Relacionamos el gris con el nublado del cielo, con Londres, con Edimburgo… Pero los días grises en contraposición a los negros, son aburridos, monótonos, tediosos. Que le pregunten a un escocés si le preocupa mucho si el día es gris o amarillo. Si tienes planes con una chavala imponente y se nubla el cielo quizás te veas obligado a pasarlo bajo techo y lo mismo te montas una maratón sexual de escándalo que, según las circunstancias, puede, y sólo digo puede, resultar más entretenida y gratificante que el primigenio plan de paseo por el parque municipal truncado finalmente por la climatología y el color gris.
Un tipo gris es una persona sin mucho encanto, desdibujado como individuo, carente de luminosidad. No he oído a nadie nunca comentar que alguien gris puede ser una persona equilibrada, equidistante de los extremos blanco o negro. En vez de dar valor a esa equidistancia, lo vemos como pobreza cromática, como persona insulsa e indefinida. ¿El gris es el centro como opción política? Quizás. Por eso todos quieren llegar a él, porque resulta menos violento a ambos lados, al negro o al blanco.

Volviendo al negro, tenebroso, malvado, ausente de vida… Es quizás el color menos indicado para un velatorio por que hunde más y más a los ya de por sí apenados concurrentes al sepelio, sin embargo, basta darse una vuelta por cualquier garito mortuorio para ver que las tendencias son invariables temporada tras temporada, y el negro sigue sin pasar de moda. Mi abuela lleva desde que la conozco vistiendo de negro. Cuando no tenía luto por su padre, lo tenía por su hermana, cuando no por su tío, por su sobrino… Incluso creo que una vez era por una vecina. Sin embargo no puedo concretarlo demasiado bien porque el negro de su apariencia no variaba… No existe el negro claro, ni el negro oscuro. Creo que las imágenes de su cara sonriente siempre aparecen en mi memoria en blanco y negro. Creo recordar alguna mínima ocasión vestida con alguna prenda blanquinegra. Creo que son las mismas ocasiones. Las mismas insignificantes ocasiones. Mi abuela tuvo una vida negra… Pero a nadie le escuché decir nunca, ni un solo día de su vida, que tuviera un día negro… Eso parece reservado para otras ocasiones. ¿Cuáles? Para mí y mi noche sin dormir no, desde luego… Aunque piense que mañana sí que voy a tener un día negro por no dormir… 
Pero, ¿cuándo es mañana? ¿A qué hora del día o de la noche estamos autorizados para utilizar el término día negro sin quedar como incultos?

Tener la negra encima es otro ejemplo del daltonismo del impulsor de las definiciones de circunstancias vitales expresadas en colores. No cuesta demasiado trabajo pensar que dependiendo en qué ambientes nos encontremos, tener la negra encima puede suponer multitud de cosas haciendo más o menos énfasis en la palabra negra. Podemos personalizarla en una bella damisela afroamericana. Podemos también personalizarla en una fea damisela afroamericana. Podemos personalizarla en una afroamericana. O en aquella mulatita que a todos nos gustaría tener encima a la que tantas y tantas canciones caribeñas recurren en sus estribillos, sin que sepa muy bien yo, si es como concepto etéreo o como una persona real.

Hay quien indica a menudo que las personas nos ponemos amarillos de rabia. Siempre habrá quién confunda la rabia con la ictericia, pero hoy en día, por mucho que nos empeñemos, amarillo, lo que se dice amarillo, lo que para cualquier persona representa el color amarillo, probablemente el lapicero con el que coloreábamos el sol intentando no salirnos de su contorno en el colegio de pequeñitos, de ese amarillo no se ponen, ni siquiera los asiáticos, a los que toda la vida se les ha llamado amarillos sin que su tonalidad epidérmica varíe en demasía de la caucásica establecida en el mundo occidental como patrona y guía de la normalidad.

Muchas y muchos transitan por la vida esperando a su príncipe azul y evidentemente pasan y pasan los años sin llevarse a la boca más que bastardos cortesanos de diversos pelajes que lo más que se han acercado al azul ha sido artificialmente con potingues e ungüentos varios al disfrazarse de pitufo en algún bochornoso carnaval o en algún acontecimiento deportivo para vergonzosamente animar a su equipo que viste colores azulados dejándose llevar por ignominiosas masas de extraños, y no precisamente principescos, personajillos de medio pelo.
Buscando y buscando lo más que puede una o uno es ponerse azul del enfado. O eso dicen que pasa cuando uno se enoja mucho. Todavía no he visto a nadie no ya ponerse azul, sino acelestarse lo más mínimo por muy reventado de ira que estuviera. Incluso los bochornosos hinchas azules del evento deportivo cuando estallan de ira, no hacen más que perder paulatinamente, y en progresión geométrica con la subida del nivel de su enfado, el de por sí ya vergonzoso maquillaje azul que se va haciendo más y más ridículo al común de los mortales y, si nos ponemos puristas con lo cromático, menos y menos azul cada vez.

Los hospitales están pintados de verde porque dicen que relaja. En un hospital no hay nadie relajado. Si me vistiera de verde con más asiduidad quizás me tranquilizara, pero no le veo la relación. Siempre me han gustado las cosas verdes para todos mis sentidos menos el gusto. A nadie le gusta la verdura, no es más que una imposición de un mundo que nos obliga a estar cada vez más sanos y más guapos, pero nadie quiere llegar a ser un viejo verde por comer verdura. Todo el resto del verde me llama la atención. El verde se asume desde pequeñito a lo sexual (los chistes verdes) y según creces descubres que no hay mejor sitio para practicar cosas de esa índole que un buen prado verde. No hay nada más habitual que poner verde a alguien, incluso mi madre decía poner de hoja perejil, que vendría a ser muy, muy verde. Ser un viejo verde ha sido de las pocas cosas que creo que he dicho siempre que sería de mayor. Supongo que es un problema de falta de metas vitales, pero no es nada despreciable. El verde lo hemos asociado a los alienígenas, pero nunca los hemos visto. Quizás siempre hemos hablado mal de ellos sin conocerlos, por lo que su verde viene de nuestros insultos…

Una de las razones por las que tardé tanto en comenzar a escribir este blog, fue la vergüenza. Sin embargo, nunca me recuerdo rojo por ello. Estar rojo de vergüenza es algo comúnmente aceptado, y desde pequeñitos nos reímos del compañero de clase que se “pone rojo” porque le ha hablado esa chica que todos sabemos (aunque él no se haya dado cuenta aún) que le gusta. Nunca contamos con la posibilidad de que esa persona se pusiera roja porque se estuviera asfixiando. Una vez ya mayorcitos, es común ver a alguien a nuestro alrededor ponerse rojo tras tomarse alguna que otra copa, pero según parece, siempre creemos que es debido a la presencia de alguna persona que todos sabemos (aunque él no se haya dado cuenta aún) que le gusta. Nos podemos acercar a la persona en cuestión para discutir el asunto, pero en ese caso tendríamos a alguien que se pone aún más rojo y si a la que le estamos haciendo pasar un mal trago e incluso comerse un marrón…

Comerse un marrón representa ser el responsable de un problema a los ojos de otra persona. Comerse un marrón es una estupidez más de nuestros desvelos caótico-cromáticos. Un marrón es un problema muy grande, aunque todos pasamos por situaciones difíciles en las que nuestros desvelos son de cualquier color menos marrones. Esto me hace recordar que estoy pasando otra noche sin dormir.

Sólo hay algo que pueda contrarrestar ese marrón: La caca de colores

Con su permiso, me voy al WC.

Dulces sueños.


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